jueves, 12 de febrero de 2009

Tul Grís

Era un día gris, oscuro y sin color.Llovía sobre mí. Sólo sentía frío, un frío horrible que me entraba hasta los huesos como un cuchillo que se abría camino a través de mi carne. Hacía mucho frío, estaba mojado, las gotas de lluvia me caían por la espalda. Tenía que ir en su encuentro. Necesitaba mi ayuda y yo iba a dársela por mucho que me costara. Después de una hora andando a un paso demasiado rápido para mi gusto y con las mejillas rosadas y los labios morados del frío, llegué a su casa. Pero ya era tarde. La puerta estaba abierta y dos gotitas de sangre manchaban las baldosas blancas del suelo... De pronto me percaté de que no eran las únicas, un charco de sangre yacía a un par de metros a la derecha, y a su lado estaba ella, con la boca entreabierta. La acaricié para despedirme y aún estaba caliente, estaba repleta de aquel calor que tantas veces atrás me había contagiado y que nunca más podría hacerlo. Tenía una mano entreabierta sujetando a penas una cuchilla teñida de rojo y la otra mano, que conocía mi cuerpo mejor que yo mismo, estaba abierta, con la palma hacia arriba...Estaba semidesnuda tapada con una toalla y yo no podía hacer más que mirarle y preguntarme qué pensamiento loco y estúpido le había llevado a hacerse esto y a hacerme esto a mí.

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